lunes, 18 de febrero de 2008

La falsa bóveda




El hablar de la arquitectura en las misiones coloniales españolas del estado de Chihuahua, es evocar la imagen del árbol que propaga sus semillas en múltiples direcciones, y no espera para conocer el fruto de su labor. La diversificación de las corrientes del barroco y el manierismo en el territorio americano fue tan variada y tan enriquecida por el mestizaje que sería complicado hablar acertadamente de una corriente específica en el norte de la Nueva Vizcaya.

Es a la actual sociedad a quien le corresponde presenciar los frutos de esta diversificación arquitectónica, la cual tiene como factor predominante, en el norte de México, el uso de espacios utilitarios. Sin embargo en el Estado contamos con exponentes de arquitectura académica de origen definido pero adaptado a las condiciones y materiales de la región.

Uno de estos exponentes es, sin duda, la antigua misión de la de Santa Cruz de Tarahumares, ubicada en la comunidad de Valle del Rosario, misma que actualmente porta un sistema de cubierta única en el norte de México y sur de los EE.UU.. Si bien el Padre responsable de la construcción de este templo tuvo un papel histórico sobresaliente, es evidente la participación de un arquitecto en la proyección y ejecución de la obra.

En el caso de la cubierta de Santa Cruz de Tarahumares es en el que este escrito pretende profundizar, ya que a pesar de su pérdida casi total, los vestigios y elementos que aún existen dan cuenta de lo peculiar de este sistema.

Dentro de la terminología usada en la arquitectura para describir éste tipo de cubierta se puede recurrir al término de “Bóveda Fingida o Falsa”, expresión que más allá de parecer despectiva, para tan complejo sistema, deja establecido los materiales involucrados en su construcción.

Este tipo de bóvedas tiene su origen en los finales del manierismo dentro de la corriente Herreriana, conocida así por su mayor representante Juan Herrera. Si bien se le distingue por la poca ornamentación, está se incrementa hacia principios del siglo XVIII entrando a un Barroco españolizado.

La construcción en este periodo se ve afectada producto de la guerra de los Treinta años y el estancamiento económico que sufre el Mediterráneo, ya que deja de ser el centro de beneficio dando paso a Holanda e Inglaterra como potencias; a consecuencia de esto se disminuye el empleo de materiales como la piedra y el mármol. Debido a que el mayor cliente de la arquitectura era la iglesia, las respuestas creativas a las necesidades espaciales y ornamentales no se hicieron esperar, una de ellas las “Bóvedas encamonadas o falsas”, teniendo como característica los materiales empleados en su construcción, destacando la madera, la cal y el yeso. En cuanto a la estructura de los templos se continúa empleando el modelo difundido por los arquitectos de la Compañía de Jesús, quedando como rasgo principal su planta longitudinal, misma que se conoció como tipo “Jesuítica”.

Obviamente la influencia del barroco español se extendió por todo el territorio americano ocupado por éstos, sin embargo los desafíos que presentaba el territorio de la Nueva Vizcaya en lo referente al empleo de materiales y mano de obra, resultó un factor de distinción entre la arquitectura del centro y sur de México, a pesar de ello muchas de las soluciones constructivas “económicas” que cumplían con exigencias y el gusto de las mixtilíneas del barroco, encontró un nuevo nicho.

La “Bóveda falsa” de Santa Cruz, es concebida con características que la hacen distinta a los ejemplos michoacanos. El empleo de las “Bóvedas de tablazón” en este Estado, hacen que sea un buen punto de referencia con la ostentada por Santa Cruz. En un comienzo, y siendo su mayor característica, la bóveda es parte del sistema constructivo de la cubierta, teniendo inclusive función mecánica, a diferencia de las michoacanas que son independientes de la estructura. La geometría de la bóveda falsa se puede describir como de un trazo de Arco Escarzado muy poco peraltado formado por una viga de madera plana y dos elementos curvados dando dicha forma. La habilidad artesanal del carpintero logró reducir al mínimo las dimensiones de resistencia, la repetición de dichos arcos de madera espaciados entre sí por una corta distancia, hace que se tenga el aspecto de bóveda de cañón corrido “acostillada”. Cabe mencionar que el conjunto de elementos que generan el arco no trabajan a compresión, como es en la mampostería, sino por ensamble, sin embargo estos elementos ayudan a soportar la carga de cubierta.

Entre los “arcos” de madera se insertan tablones en ranuras abiertas en los costados de los elementos curvos y la viga, a unos cuantos centímetros del intradós, lo que proporciona una superficie casi lisa dando el aspecto de bóveda de mampostería.

Este tipo de “bóveda fingida” se prolongaba hasta el crucero del transepto, donde lo recibía una cúpula y se cerraba con un ábside curvado, el cual aunque era plano, lo solucionaban con cuadrales mudéjares para fingir ópticamente una semi-cúpula, la cual probablemente colapsó junto con la cúpula, y se reconstruyó de mampostería dándole el aspecto que originalmente le dio la madera.

A este sistema manufacturado en madera se le aplicaba una base de cal y su guarnecido de cal tirada a paleta, y luego estucado con cal blanca, sobre la cuál se aplicaba la policromía, según lo dicta un documento que habla sobre los métodos de aplicación en bóvedas encamonadas.

En el caso de la policromía de Santa Cruz, se sabe por historia oral que era similar a la encontrada en el sotocoro, por lo tanto se presume que no era historiada, sin embargo por vestigios de pintura se sabe que no sólo contenía elementos vegetales, sino inscripciones en color dorado. Dentro de la gama de colores de la pintura, se encuentra el rojo, el negro, el ocre, el dorado y el azul, siendo este último difícil de ver aplicado por estos años debido a que aún no era de uso popular, todos ellos de origen mineral. Otro rasgo muy característico de la policromía del templo es la técnica pictórica empleada, siendo clasificada como un temple a la caseína y no un fresco, como era común, lo que nos habla del exceso de leche que se tenía en la región.

En cuanto a la relación de los elementos curvos y la estructura de techo plano, se distingue el empleo de estos elementos como apoyos intermedios de la viga que soporta el terrado, logrando con ello la disminución de hasta el 40% de las dimensiones de ésta. Generalmente este tipo de techos esta solamente soportado por una serie de vigas, las cuales se apoyan sobre una solera del muro, por lo tanto las dimensiones de la cubierta estaban dadas por el tamaño de las vigas que se pudieran obtener de los árboles.

Con este sistema de apoyos intermedios, se logró cubrir un claro moderado con un espesor de terrado bastante grande, evitando que las vigas fueran colocadas demasiado juntas o de dimensiones descomunales. Otra característica de los elementos que forman la bóveda están dispuestos alrededor de 45°, logrando con esto que la línea de acción de la carga pasé por su centro de gravedad.

El pretender reconstruir dicha “bóveda ficticia”, la cúpula y el ábside curvado, para restablecer los espacios perdidos y concebir una interpretación digna de tan emblemática arquitectura; ha significado para Misiones Coloniales de Chihuahua A.C esfuerzos igual de monumentales que la obra, ya que se han tenido que establecer: la técnica de restauración, los criterios de intervención, el plan de procuración de recursos, por numerar algunos de los proyectos que se han tenido que implementar para poder llevar cabo tan distinguida labor.

Dentro del que hacer de la organización Misiones Coloniales de Chihuahua A.C., se encuentra el difundir entre la sociedad chihuahuense toda información que enriquezca la experiencia del rescate del patrimonio cultural, al tiempo que se pide la participación de voluntarios, donantes y difusores para poder vivir de lleno las Misiones Coloniales.

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